lunes, 11 de octubre de 2010

Afilados tacones- escrito por Fina Morera


Zapatos de tacón alto y fino, dedos apretados, nalgas espasmódicas. Rastro de sensualidad que paraliza e hipnotiza al hombre y a las mujeres las embiste con la envidia.


Consuelo lo sabía, era una verdadera maravilla verla caminar con sus tacones largos y afilados, de no menos de doce centímetros. Su forma de andar y de moverse por las aceras, era única. Se contoneaba lentamente para dejarse rozar por las miradas y los cuerpos de hombres y mujeres que iban a su encuentro afectados por su voluptuosidad.


Era la viva representación de una belleza femenina más antigua y salvaje. Su atractivo embrujaba a todos. A veces calzaba zapatillas bajas y sin tacón, pero seguía caminando de puntillas para no romper el hechizo.


Indalecio se encontró con ella en la plaza de los Amores Locos. Quedó totalmente abducido por ella. La siguió hasta lo que le pareció era su casa. La esperó, no podía marcharse sin volver a verla. Consuelo salió cuando la noche hubo colgado el cartel de “oscuridad completa, árboles sin sombra”


Apareció con botas mosqueteras, negras de charol, altas sobrepasándole las rodillas. Falda corta y abrigo largo abierto, mostrando sus pechos rebosantes. Sus tacones golpeaban el asfalto y sus caderas seguían el ritmo. Los zapatos de Indalencio iban al unísono con los de Consuelo. Se juntaron. Llegaron al Cabaret Le Coeur Rouge, primero entro Consuelo, después Indalecio. La punta del mocasín de Indalecio rozó la fina aguja negra y brillante del tacón de Consuelo.


Se sentaron en la misma mesa, bebieron champán. Indalecio quiso tomar en sus manos las botas de Consuelo y ella dejó que lo hiciera. Las rozó, las acarició. La pasión de Indalecio creció y creció. Propuso a Consuelo una cita en un privé que él utilizaba para sus agitaciones amorosas.


Una vez allí Indalecio le pidió a Consuelo que se sacara una bota y después la otra. Se las llevó. Mientras ella acomodaba su cuerpo para una noche de sexo y amor; Indalencio lo preparaba para una noche llena de fetichismo y obsesión.


Se calzó las botas de Consuelo, un slip diminuto y un antifaz de cuero negro. Entró en la habitación y le rogó sujetara con fuerza un pequeño latigo. Le enseñó como iba a usarlo. Él andaría para ella con sus afilados tacones y cada vez que tropezara o se tambaleara, ella debería castigarlo con unos fuertes y excitantes golpes.


Empezó a andar más mal que bien, lo hacía de forma intencionada. Consuelo se entusiasmó. Descargó, sin saber bien de que se liberaba; pero la excitación la enganchó. Atrapada en el poder que le dió Indalecio; primero le pegó, lo mordió, lo arañó; más tarde lo despojó de sus diminutos y brillantes slips y finalmente le quitó sus botas. Su locura creció y se desbordó. Llegaron a la cumbre del placer y del dolor cuando lo penetró con la punta de sus afilados y brillantes tacones.


No durmieron juntos. A la mañana siguiente se dió cuenta que uno de los tacones de sus esplendidas botas mosqueteras estaba rajado, sucio y sin brillo. No podía recordar todo lo que vivió con Indalecio y eso la asustó. Las contemplaba para saber, pero no tenían respuestas para sus preguntas. Sintió que se habían malogrado, para siempre. Su atractivo y su embrujo, se habían esfumado. Jamás volvió a consentir que otra persona caminase con sus zapatos, de tacón alto, fino y de charol brillante.


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